Paris, mayo de 1968: La revolución que nunca fue
Peter Steinfels
Incluso sin recuperar aquello paquete de periódicos franceses amarillentos del estante de arriba de un armario, es fácil recordar la noche del 10 de mayo de 1968 en París. Mucho menos fácil, es discernir sobre lo que se trataba 40 años después. ¿Fue las hormonas de adolescentes, la muerte del comunismo, la muerte del capitalismo, o, como André Malraux sugirió en la época, la muerte de Dios?
Malraux, el escritor y político y ministro de la cultura francesa en la época, podría haber sido el único que invocó la muerte de Dios como explicación, pero nadie dudó que el 10 de mayo llevó a una sociedad entera a una evaluación rara – llámela de examen de conciencia, si usted desea – de sus valores fundamentales.
Una semana antes, la policía había sido llamada para ocupar la Soborna, y París comenzó a testificar las marchas diarias de los estudiantes, generalmente culminando en escaramuzas entre estudiantes tirando piedras y la policía lanzando bombas de gas hilariante.
El 10 de mayo, el número de estudiantes fue estimado en 20.000. En todas las calles que daban a la Sorbona, encontraron el camino bloqueado por viaturas y filas de policías. Esta vez, los alumnos no se dispersaron. Cuando la oscuridad cayó, empezaron a sacar las piedras de la calzada, a saquear obras de construcción ya reventar coches estacionados para construir sus propias barricadas frente a las de la policía.
Durante horas, el silencioso anillo interno de barricadas policiales que se extendía alrededor de gran parte del Barrio Latino quedó rodeado por un ruidoso anillo externo formado por las barricadas de los estudiantes. A las 2h:15 de la mañana, la policía recibió la orden de atacar las barricadas de los estudiantes. Como dijo el ministro del Interior, “las calles deben estar libres para el tráfico”.
Se necesitaron tres horas de combates brutales para hacerlo: nubes de gas lacrimógeno, cócteles molotov, tanques de gasolina de coches explotando, piedras tiradas contra la policía, estudiantes perseguidos y golpeados, y más de 300 heridos, aunque, afortunadamente, ningún uso de armas de fuego – y ninguna muerte.
Cuando la radio informó sobre un incendio en la calle Gay-Lussac donde los carros de bomberos no alcanzaban debido a los combates callejeros y las barricadas, dos jóvenes estadounidenses que vivían en las cercanías comenzaron a pensar sobre qué llevar con ellos en caso de incendio urbano : 1) la hija de 2 años de edad; 2) pasaportes y dinero; 3) las anotaciones para la disertación. Después de eso, nada más importaba.
Francia se despertó sorprendida. Y presumiblemente, el presidente Charles de Gaulle, que había se acostado temprano. Los eventos se aceleraron. La izquierda organizó una enorme marcha de solidaridad con los estudiantes, que reocuparon a la Soborne. Los trabajadores empezaron a ocupar sus fábricas. Dentro de otra semana, Francia fue cerrada por la huelga general con la cual los revolucionarios siempre soñaron.
De Gaulle habló a la nación brevemente en la radio. Anunció nuevas elecciones y sugirió usar medios militares para restaurar el orden. Una demostración hábilmente preparada inmediatamente inundó la avenida Champs-Élysées con cientos de miles de ciudadanos que previamente apresentaban un perfil discreto.
Mayo pasó a junio. Trabajadores y estudiantes conquistaron algunos cambios. Las elecciones llevaron a De Gaulle ya sus partidarios de vuelta al poder. ¿Fue todo meramente una tempestad de primavera? Difícilmente. Por dos semanas sorprendentes en mayo, una nación entera fue tomada por un frenesí de autoexamen. Comités se formaron para reestructurar la enseñanza secundaria, la universidad, la industria cinematográfica, el teatro, los medios de comunicación noticiosa. Todo el mundo era una cabeza hablante.
Lo que las cabezas hablantes estaban hablando eran ideas generadas por una gama loca de grupos de izquierda: socialistas revisionistas, trotskistas, maoístas, anarquistas, surrealistas y marxistas. Ellos eran tanto anticomunistas como anticapitalistas. Algunos parecían ser anti industria, anti instituciones, y aún antirracionales.
Tres objetivos positivos y un gran miedo dominaban sus puntos de vista. Los objetivos eran la autogestión por los trabajadores, la descentralización del poder económico y político y la democracia participativa en las bases. El gran temor era que el capitalismo contemporáneo fuera capaz de absorber toda idea o movimiento crítico y doblarlos hacia la ventaja propia. De ahí la necesidad de tácticas de choque provocativas. “Sea realista: ¡Exija lo imposible!” fue uno de los esloganes del movimiento de mayo.
Para muchos críticos, todo eso era sólo la convulsión final de un utopismo socialista casi religioso que desde hacía mucho tiempo venía inspirando a trabajadores e intelectuales a se rebelarem contra las penas de la industrialización.
Otros críticos prefirieron explicaciones psicológicas: ¿mayo de 1968 fue un lance freudiano de revuelta adolescente contra mamá y papá? ¿O fue un nostálgico ataque de escenificación, una reencenación infantil de la toma de la Bastilla y otros greatest hits de las revoluciones de Francia? ¿O, paradójicamente, fue un refuerzo inconsciente del capitalismo de consumo individualista al que afirmaba oponerse?
Por otro lado, el espíritu anti autoritario de 1968 acabó siendo visto como una fuente de la rebelión exitosa contra el comunismo del bloque soviético en 1989. La conexión fue hecha gráficamente en portadas de libros en las cuales el 68 fue volteado de cabeza hacia abajo para ser leído 89. Después de todo, la primavera de Praga en 1968 también exhibió la misma efervescencia que alcanzó París en mayo, una sensación de que realmente era posible escapar de los rumbos de la historia y crear algo verdaderamente nuevo.
¿Acaso ese impulso utópico fue un sueño ingenuo y peligroso como los conservadores políticos y religiosos solían decir? Tal impulso no apunta a la perfectibilidad humana, sino sólo al imaginar que la vida podría ser realmente diferente y mucho mejor.
En todo caso, el impulso utópico ya no se encuentra en evidencia. Los sueños de hoy parecen ser por naturaleza mucho más defensivos – amortecer las guerras, combater el hambre, contenir epidemias e impedir la destrucción planetaria.
Lamentablemente o no, el incendio de 1968 se apagó. La memoria de 1968 no.
Peter Steinfels (1941-) es profesor de la Universidad de Fordham y fue anteriormente codirector del Centro Fordham de Religión y Cultura. Fue columnista de ética del The New York Times hasta enero de 2010 y correspondiente de religión de 1988 a 1997. Además de la especialización en la intersección entre religión y cultura contemporánea, sus áreas de interés incluyen bioética, historia francesa y salud. Las publicaciones de Steinfels incluyen A People Adrift: La Crisis de la Iglesia Católica en América (Un pueblo a la deriva: la crisis de la Iglesia Católica Romana en América, 2003) y Neoconservatives: Los hombres que cambian la política de los Estados Unidos (Neoconservadores: los hombres que están cambiando la política de América, 1979); también publicó a menudo en revistas como The New Republic. Ocupó cargos en la Universidad de Georgetown, en la Universidad de Notre Dame y en la Universidad de Dayton, actuó como editor de la revista Commonweal y fue consultor de la serie de periódicos religiosos y de ética de PBS. Steinfels es Ph.D. por la Universidad de Columbia.
Notas
Este artículo fue publicado en The International Herald Tribune el 11 de mayo de 2008, y reproducido en la edición electrónica de The New York Times el 11 de mayo de 2008, de donde fue obtenido. Fuente: https://www.nytimes.com/2008/05/11/world/europe/11iht-paris.4.12777919.html
© The New York Times & Peter Steinfels
Traducción: J Pires-O’Brien (UK)