Special interview (Spanish). Fernando Rodríguez Genovés habla acerca de su ultimo libro La riqueza de la libertad (2016). April 2016.

Entrevista especial con el filósofo español Fernando Rodríguez  Genovés (FRG) acerca de su ultimo  libro La riqueza de la libertad . ISBN e-book 978-84-608-6112-6. 2016. Concedida en abril de 2016 à  Jo Pires-O’Brien (JPO), editora de la  revista digital PortVitoria,. dedicada a la cultura Ibérica y su diáspora en el mundo (www.portvitoria.com).

Fernando Rodríguez Genovés (Valencia, 1955) es escritor, ensayista, crítico literario y analista cinematográfico. Doctor en Filosofía por la Universidad de Valencia (España) . Premio Juan Gil-Albert de Ensayo, 1999. Es autor de numerosos artículos en periódicos y revistas especializadas, entre otros, Libertad  Digital, ABC Cultural, Claves de Razón Práctica, Debats, Revista de Occidente y El Catoblepas. Ha publicado, hasta la fecha, trece  libros de ensayo, entre los que cabe citar Marco Aurelio. Una vida contenida  (2012), La ilusión de la empatía (2013), Dos veces bueno. Breviario de aforismos y apuntamientos (2014), El alma de las ciudades. Relatos de viajes y estancias (2015). Mantiene los siguientes blogs: Los viajes de Genovés, Cinema Genovés, Librepensamientos.

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JPO: Fernando, tomando como base la tese principal del filósofo y economista francés Bertrand de Jouvenel, en su último libro, La riqueza de la libertad (2016), usted sostiene que la riqueza no es un vicio, sino que, por el contrario, constituye un valor universalmente deseable. Asimismo, defiende que riqueza y libertad son términos inseparables. ¿Por que mucha gente tiende a equiparar riqueza y avaricia? 

FRG: Primero, sería aconsejable esclarecer el término “avaricia”, para no confundirlo con “ambición”, “ánimo de superación” o “espíritu de mejora”, aligerándolo así de la carga de estigma que le persigue: el interés asociado al préstamo, ¿es acaso “avaricia” o usura?, y, en tal caso, ¿es reprobable por ello? Segundo, sería preciso clarificar lo que hay de postura y de pose, de afecto sincero y de afectación engañosa,  en dicha equiparación. Hay mucho cinismo (además de envidia) en la pública y genérica repulsa de la riqueza, especialmente cuando se trata de la riqueza de los demás… Siendo corrientemente deseada, pocos reconocen estar afectados por tal deseo. Al mismo tiempo, no es menos generalizado el profundo y ancestral resentimiento hacia el rico y el poderoso, ocultándose las probadas consecuencias beneficiosas (no digo “benefactoras”) para la comunidad que supone la acumulación de riqueza, tanto en el pleno económico como civilizatorio. Sea como fuere, ¿quién estaría legitimado, excepto el propio interesado, para aseverar cuándo uno es demasiado rico y cuál es el límite de una propiedad privada o de un bien particular?

JPO: En sociedades con economía de “capitalismo de Estado”, el sector privado es pequeño, si lo comparamos con el sector público, y las oportunidades de riqueza son dependientes de los Gobiernos. Tales sociedades están sometidas, por lo general, a dos clases de condicionamientos: los universitarios tienen como máxima aspiración encontrar un empleo público y los poco cualificados sólo confían en las ayudas del Gobierno. En consecuencia, suelen vencer en las elecciones aquellas candidaturas de partidos que prometen más empleos y subsidios públicos. ¿Cómo convencer a los ciudadanos de que el incremento del tamaño del Estado les aleja de la sociedad liberal, único modelo que genera oportunidades reales de enriquecimiento y libertad?

FRG: El liberalismo (en el sentido continental del término “liberal”, no anglosajón) contiene la concepción del mundo y la práctica de “acción humana” (Ludwig von Mises) más próximas al sentido común y a la naturaleza de las cosas. De hecho, dejados en libertad, espontáneamente, los individuos solemos seguir  afectos y pautas de actuación de inspiración liberal: individualismo y búsqueda del bienestar; intercambio y cooperación; iniciativa y desarrollo de las capacidades personales; amor propio y satisfacción del propio interés; respeto a los contratos, a la ley y a las reglas de juego, etcétera. Es lo que se ha denominado “liberalismo invisible”, en referencia a la célebre imagen de la “mano invisible” vinculada a la obra de Adam Smith.

Entonces , ¿por qué el modelo liberal de vida no es universalmente reconocido y, por el contrario, resulta tan sospechoso para muchos? Debido a la coerción que sufre la libertad, de múltiples maneras y en todos los tiempos y lugares; unos más que en otros, ciertamente. Y a causa, asimismo, de la propaganda antiliberal que domina la mayor parte de los centros educativos y los medios de comunicación o de entretenimiento (publicaciones, cine, televisión, etcétera), aparte de la difundida permanentemente por los aparatos del Gobierno. Todo lo cual  no facilita que lo invisible se torne visible.

Al no hacer de la libertad y la responsabilidad una costumbre, los individuos nacen y crecen en un contexto social de dependencia y minoría de edad fáctica, de sometimiento, sin apenas resistencia, al dictado del Estado. De esta forma, acaban adaptándose a la rutina y a la comodidad, conductas percibidas como signos de seguridad y protección.

JPO: Entre los antiguos filósofos era corriente sostener la idea de “bien común”. ¿Es esta idea todavía relevante? ¿Qué clase de rasgos caracterizarían el “bien común” en el siglo XXI? 

FRG: En términos generales, los filósofos antiguos, al vivir en una sociedad que hoy denominaríamos “comunitarista”, no distinguían con claridad entre “bien común” y bien individual, quedando éste subsumido en aquél (la noción “individuo” no será estrictamente conceptualizada hasta la Modernidad). Desde la perspectiva presente, resulta más relevante atender al hecho de que defendían abiertamente el ideal de la “vida buena”, concepto que me complace asemejar al de “contento”. Pero, repárese en que la sociedad antigua era una sociedad cerrada y esclavista, donde la riqueza estaba asociada (y, prácticamente, circunscrita) a la posesión de tierras, bestias y personas, a menudo sin hacer diferencias entre ellas. De modo que, en términos económicos, hablar en la Antigüedad de “bien común” resulta todavía más vago y confuso que en el presente, donde se equipara al denominado “Estado de bienestar”, un espejismo que oculta el crecimiento de los Gobiernos en detrimento de la prosperidad personal.

En el presente, el desarrollo científico-técnico permite que la miseria y hambre puedan ser suprimidas. De hecho, los índices de pobreza establecidos —mínimamente fiables y no tendenciosos ideológicamente— señalan que descienden progresivamente en la mayor parte del mundo. Son, precisamente, las autoproclamadas políticas del “bien común”, las que por medio del intervencionismo de los Gobiernos, el proteccionismo estatal y la limitación del libre mercado, entre otras acciones, promueven que grandes áreas del planeta sigan estancadas en la miseria; el caso de África es paradigmático en ese sentido. En consecuencia, la restricción de la libre circulación de bienes y mercancías induce a desesperados e impetuosos movimientos de personas (migraciones) .

JPO: Cuando usted argumenta que las personas deberían buscar la riqueza con libertad y sin complejo de culpa, quiere decir buscar dinero, un estado de espirito o las dos cosas? 

FRG: Ya he tratado el tema de la vida buena y el contento moral en ensayos anteriores, y probablemente vuelva a ello, pues, después de todo, mi especialidad profesional es la filosofía moral y política. En La riqueza de la libertad (2016), examino, principalmente, temáticas pertenecientes al área de la economía y, más en concreto, de la crematística. De manera que el aliento intelectual del ensayo es de orden ético, aunque dirigido a asuntos pecuniarios. En el libro me esfuerzo por demostrar que la calidad de vida implica vivir lo mejor posible, que la riqueza humaniza al hombre mientras que la pobreza lo bestializa y, en suma, que lo verdaderamente inmoral no es la riqueza sino la pobreza.

JPO: En los últimos resultados electorales habidos en bastantes países de Europa e Iberoamérica, los votantes rechazaron los partidos de austeridad en favor de partidos adeptos al gasto público. ¿Por qué resulta tan difícil que el electorado entenda la noción de presuestario responsabile en el Gobierno?

FRG: La gente tiene miedo a la libertad y a la responsabilidad, y el desarrollo del miedo es directamente proporcional a la ausencia o declive de éstas. En tal situación, emergen sin freno mecanismos reflejos de protección y socorro, los cuales hacen que se prefiera la seguridad (social) a la libertad (individual). En consecuencia , los individuos se ocupan más de los demás que de sí mismos, lo que conduce a menudo al surgimiento de posturas cínicas, compendiadas en la siguiente máxima: “ya hago bastante diciendo a los demás lo que conviene hacer para, además, tener que hacerlo yo”. Por un insensato e ilusorio quid pro quo, muchos ciudadanos esperan (cuando no exigen) que ‘el otro’ se ocupe de ellos. . Los políticos demagogos y populistas excitan tal sensación de desamparo mientras preconizan un enloquecido y fantasmagórico crecimiento de “derechos” y coberturas de protección social. Todo ello proclamado bajo la consigna de “gratis total”, fantasía social que encubre el crecimiento insostenible del gasto público, el déficit público y la deuda pública. A esta barbaridad la denominan “redistribución de la riqueza”, pero yo prefiero calificarla de “socialización de la pobreza y generalización de la pereza”.

JPO: En la filosofía contemporánea ha perdido vigencia el principio utilitarista que postula “el bien mayor para el mayor número de personas”, principalmente porque prioriza los fines sobre los medios. ¿Hay algún aspecto del utilitarismo que valga la pena de preservar hoy? De hecho, usted percibe una especie de utilitarismo en la filosofía de Benedict (Baruch) Spinoza. ¿Qué relación encuentra entre el utilitarismo de Spinoza y el de Jeremy Bentham y John Stuart Mill? 

FRG: Entiendo que las corrientes o doctrinas filosóficas en su conjunto no pueden (ni acaso deban) mantenerse y seguirse como un todo. Esto afecta también al utilitarismo. Son determinados pensadores y particulares aspectos de su trabajo lo que acaso pueda interesarnos en el presente, aparte de las aproximaciones de orden académico y de investigación. Poco me induce hoy a volver a la obra de Jeremy  Bentham, acaso sólo sus escritos más liberales que doctrinales; vgr., Defensa de la usura (Defence of Usury, 1787). Pero,  algunos textos de John Stuart Mill sí los juzgo merecedores de atención; especialmente, Sobre la libertad (On Liberty) y la Autobiografía.

Baruch Spinoza es un caso aparte. Por un lado, porque juzgo su filosofía la más “perfecta” que existe y pueda concebirse. El valor de su pensamiento va más allá del utilitarismo, término, en cualquier caso, que yo empleo, respecto a su obra, más en un sentido extensivo que estricto. No considero, en rigor, a Spinoza como un utilitarista, ni siquiera en sentido precursor o avant la lettre. No obstante, la teoría política preconizada por él tiene una significación pragmática, fundada en el sentido común y la utilidad social, que aprecio muy valiosa; por ejemplo, su reflexión sobre la democracia como la mejor forma de Gobierno, o, por no perder de vista el libro que centra nuestra conversación, la caracterización que hace del dinero como compendium omnibus rerum, el compendio de todas las cosas.

JPO: Quienes proponen la reducción del gasto público son inmediatamente acusados de odiar al pobre. A la actitud incesante de “defensa” de la pobreza y de los pobres usted la denomina “pobrismo”. ¿De dónde proviene el “pobrismo”? 

FRG: Y, sin embargo, en realidad , sucede lo contrario: es el gasto público desmedido y el despilfarro de las administraciones públicas son lo que empobrece las sociedades. Las políticas que se autoproclaman defensoras de la “causa” (o defensa) de los pobres son, después de todo, la causa (o motivo) de que haya pobres. En realidad, actúa como el patrocinador (o sponsor) de la pobreza. Y es que, tras esa obsesiva tutela del pobre, se oculta un profundo odio hacia los pobres: nunca les perdonarán que el primer y principal anhelo del pobre consista en llegar a ser rico.

El “pobrismo” es, precisamente, el postulado que sintetiza dicha  posición: privilegiar y exaltar la pobreza en perjuicio de la riqueza (y, en suma, de los individuos). Se trata de una doctrina con ramificaciones en lo teológico y religioso, y en lo ideológico político y en lo filosófico, ámbitos que comparten una larga tradición y con obvias conexiones entre sí: la actuación del actual papa Francisco, en la jefatura del Vaticano, sería una muestra de esta síntesis efectiva. En cualquier caso, sería injusto igualar las expresiones de “pobrismo”, pues existen notorias diferencias éticas y estéticas —aunque más en la práctica que en la teoría — entre un misionero católico y un ermitaño, un extremista anti-sistema en una sociedad desarrollada y un “artista” de Hollywood denunciando el capitalismo y un cínico descendiente de Diógenes de Sinope (si es que existe hoy tal especie) residiendo en el interior de un barril.

JPO: En la antigua Grecia, Platón sugirió que los filósofos gobernasen la ciudad (la polis) por ser las personas más capacitadas para tal tarea, aunque ninguna democracia, antigua o moderna, haya puesto en práctica esa propuesta. El contrario pacece estar a ocurrir en Iberoamérica, adonde crece la tendencia en los partidos políticos de presentar para las elecciones candidatos poco instruidos y que aparentan venir de baja extracción social, con la confianza de atraer el voto del “pueblo” y persuadirlo de que ello redundará en beneficio de los más pobres. ¿Qué consecuencias puede reportar esa estrategia política? 

FRG: Juzgo muy pertinente la observación que hace. Pues, en efecto, puede observarse en las últimas décadas una tendencia en las opciones autodenominadas “progresistas” a la hora de presentar al electorado candidatos, vale decir, de “bajo nivel”, “gente corriente”, poco educados, cuando no maleducados… Esta actualización del “realismo socialista” se me antoja una versión política del “realismo sucio” o “Sans culottes del siglo XXI”, y, notoriamente demagógica y facciosa, suele materializarse en  movimientos populistas y anti-sistema. Esta eclosión puede observarse, en efecto, en América Latina (o Iberoamérica, según expresión más usual en España), pero no sólo.

En la Europa de los últimos tiempos, han tenido bastante repercusión social candidaturas lideradas por personajes provenientes del espectáculo y aun payasos de profesión, así como por personajes excéntricos, grotescos y “vulgares”, como ayer Silvio Berlusconi en Italia y hoy, Donald Trump en EE UU, quienes, a pesar de todo, representan opciones electorales de ninguna manera marginales. Por otra parte, España tiene el dudoso honor de ser el promotor del movimiento alternativo de agitación callejera conocido como “indignados”. Constituido posteriormente en partido político (Podemos), con diversas “franquicias”, ha logrado ocupar alcaldías muy significativas en el país (Madrid, Barcelona, Valencia, etcétera) y tiene muchas posibilidades de acceder, en coalición con otros partidos de izquierda, al Gobierno de la nación.

Las consecuencias de todo esto, muy preocupantes, suponen una escenificación obscena del “pobrismo” que condena a los ciudadanos a refocilarse en la miseria y a las  sociedades, a la quiebra social y económica.

JPO: ¿Una característica perceptible en gran parte de Iberoamérica es una insistencia en permanecer como una clase de civilización diferente y separada de Occidente. ¿Qué ventajas y desventajas conlleva ese particularismo aislacionista? 

FRG: Refiere un asunto, ciertamente, dramático. Iberoamérica constituye un subcontinente con inmensas posibilidades, tanto en el plano material y de “riquezas naturales” como en el sentido cultural, desgraciadamente desaprovechadas  o malgastadas, hasta el punto de albergar no pocos Estados delincuentes y/o fallidos, sin olvidar la terrible permanencia, todavía hoy, del régimen castrista en Cuba. Múltiples son las causas de esta catástrofe: desde el apogeo del nacionalismo populista hasta el  auge del indigenismo; desde la tendencia caudillista hasta la recurrencia permanente a los “cuartelazos” y los alzamientos militares como expresión burda del sueño liberticida de la “revolución permanente”. Todo ello impregnado de un resentimiento antioccidental (en español existe, para referirse a casos semejantes, la expresión “orgullo del pobre”), en particular, contra EE UU (el “yanqui”, “el gringo”) o España (la “madre patria” convertida por la ideología folclórico-populista en “madrastra mala”).

Finalmente, resulta muy penoso constatar el poco éxito que han tenido los ocasionales y efímeros intentos de establecer democracias liberales en la zona al objeto de sacar a estas naciones de una reclusión y un aislamiento que les impide incorporarse plenamente en Occidente.

JPO: ¿Cuáles  son los rasgos que caracterizan a  una verdadera civilización?

FRG: Como bien observó Norbert Elias, el proceso de la civilización se mide, fundamentalmente, por la paulatina sustitución en las sociedades del recurso sistemático a la violencia, como medio para adaptarse al medio y sobrevivir, por modos basados en la comunicación, el intercambio y la cooperación. Así, el comercio constituye la alternativa a la conquista; los contratos a los pulsos de fuerza (guerras, revueltas, revoluciones); los acuerdos, los negocios y las negociaciones a la coacción y la amenaza por sistema. En ese sentido, el advenimiento del capitalismo y el propósito del beneficio económico han hecho del hombre un ser más interesado y menos pasional; más sagaz y calculador pero menos bruto y exaltado; más preocupado por la vida privada que por dominar la vida de los otros; más hipócrita, ciertamente, pero también menos peligroso para los demás.

Las sociedades modernas civilizadas se ajustan, en consecuencia, al modelo de la democracia liberal, definida fundamentalmente por el ejercicio de las libertades individuales, el principio de igualdad de los hombres ante la ley y el libre mercado. Así pues, tres son las principales garantías civilizatorias: la estabilidad política, la seguridad jurídica y la economía capitalista.

He aquí el porqué de mi interés por mostrar en el ensayo objeto de nuestra conversación la importancia interactiva de la riqueza y la libertad en aras a permitir que los hombres no se conformen con subsistir sino que aspiren a lo mejor, a la vida buena, al libre disfrute de la propiedad y de las ganancias. Las personas y las sociedades afortunadas son aquellas que van logrando dichos objetivos. Lamentablemente, otras continúan siendo víctimas de la servidumbre y la miseria.

El escritor Imre Kertész, sobreviviente del Holocausto, escritor y Premio Nobel de Literatura 2002, ha escrito en su libro de Diarios, La útima posada (A Végső Kocsma The Ultimate Inn, 2014), lo siguiente: «Se adueña de mí la autocompasión cuando pienso que he pasado gran parte de mi existencia en la dictadura maligna de un país maligno y provinciano [Hungría], mientras en la otra mitad de Europa, la mejor, florecía la buena vida, el bienestar».

JPO: Muchas gracias, Fernando, por esta ilustrada entrevista y por su tiempo.

FRG: Soy yo el agradecido  a usted y a PortVitoria por su amabilidad y su hospitalidad.